Durante siglos, los seres humanos han estudiado la conexión entre el intelecto y las emociones, y cómo esta relación influye en nuestro comportamiento. El Libro de las Esencias, escrito entre el siglo II a.C. y el siglo I d.C., ya establecía la relación entre los sentimientos y la mente. A finales del siglo VIII, las enseñanzas budistas introdujeron la jerarquía de siete centros de energía internos, llamados chakras («círculos», «ruedas»). En los cuales, los tres chakras inferiores dominan los componentes emocionales, el chakra central demuestra nuestros sentimientos y los tres superiores nuestros procesos intelectuales.
Avanzando rápidamente hasta el siglo XX, la neurociencia ha demostrado una y otra vez la fuerte asociación entre el corazón y el cerebro. El cerebro craneal es la red de control principal para las funciones y habilidades del cuerpo y permite la comunicación consciente con nuestro cuerpo y la operación automática de los órganos vitales. Sin embargo, el cerebro por sí solo no es el único responsable de nuestras complejas interacciones conductuales.
En 1991, el Dr. J. Andrew Armour introdujo el concepto de cerebro funcional del corazón. El «corazón cerebral» tiene una red neural intrínseca compleja similar a los criterios especificados para el cerebro, como neuronas, neurotransmisores, proteínas y células de soporte. Su elaborada circuitaría le permite actuar independientemente del cerebro craneal, aprender, recordar, e incluso sentir y percibir. La investigación también ha demostrado que el corazón se comunica con el cerebro de cuatro formas principales: neurológicamente, bioquímicamente, biofísicamente y energéticamente [1]. Por lo tanto, intercambia información crítica que influye en cómo funciona el cuerpo y la actividad del cerebro.
La mayor conclusión de la investigación del Dr. Armour es que cuando el corazón se comporta de manera coherente, es decir, latiendo en un patrón rítmico después de experimentar una emoción positiva, el cuerpo, incluyendo el cerebro, comienza a experimentar todo tipo de beneficios, entre ellos mayor claridad mental y capacidad intuitiva, mejor rendimiento y mejores decisiones [2].
[1] neurológicamente (a través de la transmisión de impulsos nerviosos), bioquímicamente (a través de hormonas y neurotransmisores), biofísicamente (a través de ondas de presión) y energéticamente (a través de interacciones de campos electromagnéticos).[2] Técnica de coherencia rápida® para adultos https://www.heartmath.org/resources/heartmath-tools/quick-coherence-technique-for-adults/PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN SIN AUTORIZACIÓN DEL AUTOR